Últimamente he percibido más de lo normal, ciertos
comentarios en torno a la profesión de ser docente tanto en la vida académica
universitaria como en la vida cotidiana. Comentarios que de alguna u otra forma
mitifican lo que realmente somos los maestros y el esfuerzo que se requiere
para hacerlo. Me refiero a aquellos
comentarios de pasillo o entre charlas pasajeras que se realizan en lugares tan
cotidianos como el metro, una parada del bus, un centro comercial, donde se
cuestiona tan severamente, que la profesión docente es algo sencillo que
cualquiera puede realizar y que solo aquellos que la realizan, son personas con
sueños frustrados que no crecieron y no maduraron debidamente, señalando
principalmente y cito: “¿cuán difícil puede ser enseñar?”
Para las personas que estamos involucradas
en el campo educativo puede sonar como una pregunta mezquina y ridícula, por
tal grado de desconocimiento con la que es pronunciada tan comúnmente. Sin
embargo, ¿cómo culpar a tales seres que son guiados como rebaños por los
rumores populares del pasado y que ni siquiera se preocupan por verificar más allá
de eso? Es algo lamentable, a decir verdad, puesto que solo piensan que enseñar
es solo cumplir un horario y seguir una guía; cuando la enseñanza es mucho más
que eso. El conocimiento no se transfiere ni se transmite, ni se transpone, el
conocimiento se conquista. Ese es el papel
de ser del maestro, el de ser un guía del alumno en el proceso de conquistar el
conocimiento y no un obstáculo que lo llene de información vacía y nuble sus juicios.
Como dijo Leo Buscaglia en su libro, Vivir, amar y aprender:
Si tomamos la palabra «educador», vemos que proviene
del latín educare, que significa guiar; conducir. Eso es lo que significa,
guiar, manifestar entusiasmo uno mismo, comprender uno mismo, poner todo el
material delante de los demás y decir: «Miren qué maravilloso es el
conocimiento. Vengan y prueben conmigo.
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